Querido periodista:
Recuerdas hace cuatro años, cuando paseábamos por las calles de Madrid, andando el callejero a través de las gentes de la capital. Hablábamos de cosas triviales, de cosas profundas y de periodismo, sobretodo hablábamos, porque amábamos, de periodismo. En esas largas caminatas todo lo imaginable podía ocurrir por el mero hecho de haberlo soñado.
No nos costaba analizar los problemas que sufría el periodismo y que, tras cuatro años, son si cabe más agudos. Comprendíamos como la empresa informativa se había adueñado de la calidad periodística para ningunearla. Comentábamos, decepcionados, los últimos casos de mal periodismo, de periodismo de espectáculo, de falta de rigor y de manipulación descarada. Nos alarmábamos ante un periodismo que había olvidado su función pública para que cuadraran los balances, que descartaba la profesionalidad a favor de la rapidez, de los bajos salarios, del beneficio. Nos indignábamos al escuchar las soflamas de nuevos y antiguos fanáticos, sirviéndose de las tribunas mediáticas para incitar al odio, al miedo, al rencor. Sin embargo, creíamos que debía haber otro camino; otro modo de hacer las cosas.
Éramos estudiantes primerizos de un periodismo que aún no conocíamos, que aún no nos había decepcionado. Es por eso que asumimos como nuestra la obligación de defender ese otro camino. Un día, en uno de los paseos, me hablaste de El Fantástico Club de Portugal, un relato de Manuel Rivas incluido en el libro El Periodismo es un cuento. Trataba acerca de un país cercano pero desconocido. Un país hermoso a pesar de haber sido relegado a un segundo plano de la historia, un país que invita a la saudade: lo que Rivas describe como la nostalgia del futuro. Nosotros comprendimos enseguida esa nostalgia: expresaba claramente nuestro sentimiento hacia el periodismo. Un periodismo que fuera lo que debía ser, como un país cercano pero desconocido. Un lugar ignoto hacia el que debíamos caminar, que teníamos que conocer y explorar. Un periodismo comprometido con su realidad, con una marcada función social y sin las limitaciones de los beneficios. Así surgió el Club Lisboa: como un lugar donde soñar periodismo sin temor a intereses económicos ni partidarios. El Club Lisboa: un lugar donde reconocer en el periodismo nuestra patria y sentirnos orgullosos de llamarnos periodistas. Éramos conscientes de que el periodismo que queremos es una utopía y ante eso planteábamos dos preguntas. ¿Por qué no crear un lugar donde la utopía sea una forma de hacer? ¿Por qué no ser nosotros la utopía?
Hoy, amigo periodista, te escribo desde Lisboa, allí donde el océano se muestra inmenso en sus posibilidades. Te escribo en el momento en el que nos embarcamos en busca de aquel lugar donde reconocernos como lo que queremos ser, lo que nunca debimos dejar de ser.
El Club Lisboa, a 17 de Enero de 2010.